miércoles, 21 de septiembre de 2011

CUENTO: BALANCE

Balance





EL BALANCE

(Iliana Becerra)
Haciendo un balance de mi vida puedo decir que no me ha ido tan mal, se decía Yolanda Corimanya, que de un tiempo a esta parte había cogido el hábito de hablar sola. Voy a morir menos pobre de lo que nací y ya con eso gané algo.

Si acaso, lo único que le pesaba era el hecho de haber tenido dos maridos, cosa que para ella hubiera sido casi un pecado mortal de no ser porque la religión nunca fue su mayor fortaleza.
Llegó a Lima de la mano de Eusebio su único esposo y amor digno de contar, dejaron Tarma llenos de esperanzas, apenados pero con ilusiones. Ella de 18, él de 25, 2 años de casados, ningún hijo, igual: nada que perder.
El principio fue tan difícil como grande su resistencia, él probó trabajar de jardinero en una casa grande en la que luego Yolanda fue la encargada del servicio de limpieza. A los dieciocho meses ella salió embarazada y Eusebio consideró que ya no estaba para hacer esfuerzos físicos por lo que destinaron sus ahorros al alquiler de una casita en una quinta de Jesús María con puerta a la calle. A los siete meses una preclancia hizo que perdiera su bebé y de no ser porque su vecina murió al parir la leche se le hubiera podrido en los pechos, ella sin hijo el niño sin madre, el trueque no fue tan malo y aunque  Julián se lo agradecería toda la vida a Eusebio nada le quitó su pesar.
Para el segundo embarazo, Eusebio trabajaba de albañil en un lugar más cercano a su casa, por el temor a no estar cerca si su esposa lo necesitaba, no sirvió de nada, poco antes del parto Yolanda tuvo una caída aparatosa mientras volvía del mercado y apenas pudo alcanzarla en la sala de Emergencias del Hospital Arzobispo Loayza para hacer las de declarante al momento de sacar la partida de defunción del hijo que pudo ser su primogénito.
Como todo en la vida, Dios aprieta pero no ahorca, al verlo casi destrozado moralmente el ingeniero de la obra que ya veía en él a un buen empleado decidió contratarlo y ponerlo en planillas con todos los derechos sociales incluidos. Esta vez, tampoco el trueque la pareció justo, pero ¡ya que importa! Se decía. Yolanda esta vez fue la encargada de ayudar con la lactancia a la señora Juana que luego la haría su comadre.
Años pasaron sin que su vientre volviera a acoger un nuevo ser, ya ella rozaba los treintas y Eusebio los cuarentas, esta vez vas a ser un cristal cholita, es nuestra última oportunidad, estamos casi viejos. Pero algo se oponía y otra vez terminó amamantando hijo ajeno, Dios le cambio a su angelita por una ahijada ¡que injusta es la vida carajo! Repetía Eusebio en medio de la borrachera que casi lo mata al cruzar la avenida Arenales.
Esa sí fue una crisis matrimonial, al cabo de unos años de mirar a Yolanda con ojos inquisidores Eusebio empezó a sospechar que la mujer que eligió no era buena para él y sin darse cuenta empezó a mirar a Toribia, novia de un llenador de techos e hija de la señora que llevaba el almuerzo. Cuando el romance florecía no sin culpas por parte del atormentado amante, Yolanda que de tonta no tenía un pelo cayó enferma de un mal que la hacía desmayarse sin motivo aparente y en cualquier momento, ya en el seguro social el doctor le recomendó al agobiado marido reposo, amor y paciencia para con su mujer. En conclusión la aventura de Eusebio no llegó a los tres meses y Toribia se quedó sin la soga y sin la cabra.
Producto de esta reconciliación Yolanda volvió a quedar preñada y trajo al mundo a Tadeo, un regordete bebé que llenó de dicha el corazón de Eusebio ya para ese entonces, Maestro de Obra en la constructora, la felicidad era completa. Un lunes de octubre por la tarde, cuando Eusebio sorprendió a Yolanda con una caja de la pastelería donde se compraban las tortas para los cumpleaños de los jefes, ella que nunca había recibido nada de su esposo y menos sin  justificación, solo dibujo la más grande sonrisa en mucho tiempo, lo abrazó y para sus adentros se dijo que este iba a ser un día memorable, el principio de lo mejor. Un maestro de obra ya puede darse sus gusto dijo el marido más avergonzado que ella. Ya terminado el postre, Yolanda lavaba los platos y Eusebio con un ojo miraba a su hijo dormir y con el otro la televisión, de pronto los movimientos bruscos se sucedieron uno tras otro, ¡Hay que correr a la calle! Gritó Eusebio cogiendo a su hijo y en eso andaban cuando la pared de quincha les cayó encima, lo demás es historia, el pequeño bebe que no alcanzó a caminar pasó a engrosar las estadísticas de los fallecidos del terremoto.  Ante la presencia de heridos y fallecidos Yolanda se hizo de otro ahijado.
Ese fue el final, de ahí para adelante apenas se tocaban, el amor creció es cierto, pero en forma de compañerismo, complicidad casi hermandad. La pareja se hizo más sólida que antes y la unión indisoluble hasta que un cáncer se llevó a Eusebio a las 51 años. ¡Qué desgracia ser mejor esposo muerto que vivo! pensaba Eusebio cuando le decían que su mujer no quedaría desamparada y que recibiría una cantidad importante al enviudar. Juntos decidieron poner una tiendecita que le permitiera ganarse la vida ayudada por la pensión que recibiría. ¡Qué dolor Dios mío! Ni perder a todos mis hijos me ha dolido tanto como que me quites a mi marido… te odio…
Un año pasó y la viuda de Eusebio ya por ese entonces llamada la mamá Yola, abría su tiendita con la felicitación de sus vecinos. El negocio crecía poco a poco y sus proveedores ya le daban algunos créditos. Por esos días pasaba a diario el Carmelo en su triciclo cambiando enseres y ropa por dinero y escobas. No mal parecido  Carmelo empezó a endulzar el oído de Yolanda y poco a poco nació la amistad. De un momento a otro se hizo necesario para Yolanda, le habló del mercado mayorista, de los grandes descuentos que allí hacían, que el peligro no existiría si él la acompañaba y Yolanda inició la larga cadena de dependencia que los uniría.


 Al año Carmelo dormía con Yolanda un día sí y dos no, porque pese al amor que decía sentir tenía que dejar mercadería en otros barrios que le quedaban más cerca si dormía en el almacén. No había ganas de dudar, quién se iba a fijar en una mujer más seca que una piedra, sólo Carmelo.
Al cabo de unos años su quinto embarazo la sorprendió resignada a las visitas “intermitentes, interrumpidas y continuas”. Debido a sus experiencias anteriores, Yolanda no quería arriesgarse, por lo que la dependencia se hizo mayor y Carmelo tomo las riendas del negocio. Precisamente acababa de darle todas las ganancias de la tienda para que las reinvirtiera cuando aparecieron en su puerta cinco mujeres que entre gritos, insultos y golpes le hicieron saber que su Carmelo no era suyo, que era una robamaridos, una cualquiera, viuda alegre y demás infundios que no pudo entender porque ya le estaba doliendo mucho la golpiza. La pobre no hizo más que proteger su panza de ocho meses hasta que dos de sus comadres sacaron a las invasoras y la llevaron al hospital para aliviar esos dolores que la mataban. Así vino al mundo Paquita, su paquita, su tesoro, su reina, su sol, su razón de vivir y Carmelo desapareció para siempre, con el dinero ¡claro!


Balance
Entonces la vida cambió, con el cielo entre sus brazos no había espacio para condolerse, solo para amamantar, trabajar, criar, trabajar, engreír, trabajar, ver crecer a su Paquita, trabajar, ser feliz, trabajar y trabajar. ¿Quién recuerda a Carmelo? ¡Qué lindo hubiera sido vivir esto con mi Eusebio! Ya no importa…
Paquita era una jovencita que sabía cuál era su lugar en el mundo y nunca hizo preguntas difíciles, nunca un reclamo, siempre escuchó todo lo que le dijeron sin cuestionar ni discutir. Si alguna vez no estuvo de acuerdo lo sabrá su almohada porque a nadie más se lo dijo. Obediente, serena solo le falta un buen marido y que me de muchos nietos ¡qué feliz seré cuando llegue ese día!

3 comentarios:

  1. Vaya, más piña no podia ser la Yola.
    Al menos sintió el significado de la vida (amar, sufrir, llorar) y lo más importante: se dio cuenta que no era SECA, pudo con todos los avatares de la vida y logró tener una hija.
    Reflexión: Aceptar lo que venga, y depende de ti elegir el camino, si lo elegiste mal sigue degustando los sinsabores que la vida te da y goza las delicias a plenitud.
    Una más: Se ama y se disfruta lo que se conoce, no temas LANZATE YA.

    KARINA

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  2. Al final el balance está en azul.

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  3. Guau!!!!esa es la pluma de la Becerrin, Lindo cuento

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